El tesoro de Rita
Por Cecilia 8a
Las recuerdo aún, mis tías cuando se juntaban llamaban a las vecinas de enfrente ‘’las quintitas’’, nunca supe porque, era una niña, aunque ahora lo sé, eran vírgenes, señoritas pues.
Vestían casi igual, se quedaron en la moda de los vestidos largos y del rebozo, aunque el estampado y el color hacían el toque de diferencia entre ellas, ‘’las quintitas’’, Rita y Rosaura.
Nunca se casaron disque por cuidar a su padre hasta la muerte, y cuando eso pasó, el tren de los amores también había pasado por ese pueblo para no volver jamás.
Ya solas, Rita y Rosaura vivían de la caridad familiar; una hermana les mandaba dólares desde el Norte, y los sobrinos algunos pesos cuando se acordaban de sus viejas y solas tías.
Una mañana, serena y laboriosa en casa de las quintitas, Rita se ocupaba de las incontables plantas de ornato, de fruta y de flores en su amplio jardín, cuando al cavar un poco con una pala de mano para rellenar una nueva maceta, topó con algo duro, desconcertada, cavó un poco más para saber de qué se trataba, y cuál va siendo su enorme sorpresa que era un viejo pero completo cantarito de barro, hasta el tope de ceniza.
Al principio se espantó creyendo que se trataba de una brujería, lo contempló mientras su mente despepitaba temerosos pensamientos, pero luego, al animarse a remover las cenizas con su mano, sintió el metal frío y se dio cuenta que algo sonaba; sí, eran viejas monedas de oro.
Rita no salía de su asombro cuando en eso entra sin más el lechero, con la confianza de un amigo asiduo, y al sentirse descubierta, se sentó en el cantarito cubriendo con su largo vestido aquel despojo de ceniza y tierra.
Con aquel suceso, la fortuna y la desgracia llegaron juntas a la casa de las quintitas; la fortuna porque el gringo, marido de su hermana en el norte, les dio una buena cantidad de dólares por las monedas, que aunque no pagó su valor real, ellas lo aceptaron gustosas.
La tragedia porque, al sentarse aquella mañana Rita sobre el cantarito de las monedas, dicen que un ‘’gas’’ le atravesó las entrañas y le causó aquel mal que pronto se la llevó a la tumba.
Recuerdo que cuando faltaron las dos, mis tías y mi madre decían que Rosaura murió de tristeza ante la insufrible ausencia de Rita.
A veces, cuando visito la vieja casa de la abuela, donde aun se reúnen algunos miembros de la familia, me gusta espiar un poco a través de las ventanas de la casa de enfrente; veo todo abandonado, plantas secas y algunos muebles desvencijados, pero cierro mis ojos, fuerte, y entonces se reproduce el pasado, una casa llenita de vida, de pájaros, con dos mujeres en el pasillo regando las flores.