Por Cecilia 8a

El día había resultado especialmente pesado, lleno de calor y labores propias del rancho donde vivían Ramoncito, Bety su esposa, y sus seis retoños.

Corrían los años 70´s y el ‘pasatiempo’ preferido de tarde noche era visitar a los vecinos de un rancho a aproximadamente un kilómetro de distancia, donde vivía la familia de David y Elena, con sus respectivos siete hijos, que al reunirse con la familia de Ramoncito convertían aquellas soledades en verdaderas verbenas.

Una tarde que entre plática se volvió noche, después de escuchar los relatos terroríficos de Elena, donde contaba sobre un abandonado lugar llamado Cantilitos, ubicado en los paredones más altos del arroyo, donde aun se podían observar los viejos cimientos de una casa de piedra, un álamo altísimo aun verde que se alimentaba de la humedad del arroyo, y dos tumbas que habían perdido la referencia de sus ocupantes con el paso del tiempo y del clima; Elena contaba que en una de las tumbas reposaba una mujer que había muerto de parto, y penaba por aquellos lugares buscando al hijo que jamás tuvo en sus brazos.

Cuando Elena finalizó aquel último relato, Ramoncito y Bety reunieron a sus chamacos que entretenidos jugaban con los hijos de Elena en la semioscuridad del patio a la ‘roña’.

Luego de reunirlos procedieron a la despedida que generalmente duraba más de media hora, y subieron a la vieja guayina de Ramón y emprendieron el camino de regreso a casa en medio de la oscuridad, esa noche la luna menguante o lograba iluminar el oscurísimo cielo nocturno.

Fue justamente al cruzar el arroyo de ‘Cuatro Milpas’ donde Bety devisó el fantasma de la parturienta de Cantilitos, y tras de un hórrido grito, rompió la quietud de aquella noche y el corazón de sus chiquillos, para caer en un desmayo que obligó a Ramoncito a detener el carro y tratar de revivir a Bety que casi muere del susto.

Pues resulta que el ‘fantasma’ era una vaca negra que se atravesó al paso de la guayina, y como volteara a verlos, sus ojos relucieron con la luz de los faros figurándole a Bety que la misma parturienta de Cantilitos les salía al paso.

‘Despierta mujer, es una vaca, no hay fantasmas aquí’’, le decía Ramoncito desesperado al tiempo que la sarandeaba para que despertara del desmayo.

La moraleja que nos deja esta historia de fantasmas sin fantasma, es que el miedo no es buen compañero, y los relatos de difuntos es mejor escucharlos con el cerebro frío y la tarde clara.