‘’El árbol maldito’’

Por Cecilia 8a

Recuerdo cómo nos gustaba ir al arroyo por las tardes, después de la escuela y los deberes cumplidos; nuestro sitio era la cañada que se abría con los paredones altos, donde un viejo mezquite seco se alzaba con sus brazos cadavéricos retorcidos hacia el cielo, y sus raíces emergían de las entrañas de la tierra. 

Recuerdo la historia que envolvía al viejo árbol, la del ahorcado, esa historia macabra que de cuenta en cuenta se contaba diferente.

Cada quien la contaba a su modo, le aumentaba detalles o le restaba otros, la única cosa coincidente era que el árbol estaba seco y maldito.

Una versión relataba que se había secado al recibir el dolor que llevó a aquel joven a quitarse la vida colgándose de uno de sus brazos, saltando del peñón al vacío de la cañada, luego que una mujer lo hubiera despreciado.

Otra más contaba que su padre le había dado una paliza y el dolor lo llevó a quitarse la vida; y hasta hubo una versión que contaba que la madre habría maldecido aquel árbol luego de encontrar a su hijo meciéndose con el viento, con una soga atada al cuello.

Nos sabíamos todas las versiones, y con todo y eso, el árbol nos divertía, nos dejaba jugar en sus ramas, jamás se quebró, o se venció con la rudeza de nuestros juegos. El paredón, las raíces y su seco poderío nos resguardaban al atardecer. 

Cómo olvidar aquellas tardes relajadas, sin celular, donde los amigos corríamos a jugar en las dunas de arena que se hacían en el arroyo después de las corridas de agua, especialmente bajo el mezquite; nos colgábamos de los brazos más bajos, nos columpiábamos y nos dejábamos caer en la suave arena; luego de juegos y risas nos atardecía contando las historias del ahorcado; algunos tratando de relatar una versión que infundiera mayor miedo en los oyentes.

Los años han pasado y he vuelto a la cañada; el viejo mezquite sigue erguido en el paredón, sus brazos secos aun se alzan al cielo, y sus raíces expuestas parece que quisieran detenerme; no tuve miedo, lo contemplé y me pareció añorante de los viejos tiempos, ya no hay quien vaya a contar historias bajo su abrigo; ya no hay quien se columpie en sus ramas secas, ya no hay quien se deje caer y haga vibrar la tierra que lo sostiene. Hoy estuve ahí y sentí pena por él. Hoy entendí que la muerte verdadera es cuando te olvidan…