‘’El llamado de las campanas’’

Por Cecilia 8a

Nunca conté esto, ¿y para qué?, nadie me creería.

Sé que las vi, de eso estoy seguro, pero los años me han hecho preguntarme si en realidad las vi con mis ojos, o mi madre me hizo verlas con los ojos del alma.

Contaba yo con apenas 6 o 7 años; y en mi pueblo, El Chante, las campanas sonaban diario a las 7 de la mañana llamando a misa.

Recuerdo a mi madre corriendo a abrir las enormes puertas de madera de nuestra casa; eran así porque por ahí salía el ganado del fondo del corral; recuerdo a mi padre pasar montado a caballo por esa puerta sin que siquiera se le volara el sombrero.

Mamá corría, siempre, abría una de las puertas y me decía con la mirada y el dedo en los labios pidiéndome silencio, que las observara.

Al principio preguntaba a quién, luego mamá me decía, – a las almas.

Nunca le pregunté ya de adulto a mi madre si poseía el don de ver a las almas, pero ella salía, a diario, a las siete, a verlas; me decía que venían del camposanto hasta la iglesia para presenciar la misa; también me decía que eran almas sufrientes, errantes aun; en pena pues, para que me entiendan.

Mi madre me contaba conmovida que esas almas aún no habían pasado el juicio del Altísimo (Dios), y que, al no tener la certeza de salvación, acudían al templo a oír las misas que en vida no escucharon.

Mamá decía también que las escuchaba cuando salían del cementerio calles arriba de nuestra casa; cómo caminaban por la calle empedrada, y los susurros de sus labios exclamando una oración; pretendían acaso con ello agradar a Dios; no lo sé, pero mamá me lo contaba de una forma suave, tranquila, sin miedo.

Recuerdo que me quedaba en silencio cuando mamá abría la puerta para verlas; parece que la veo sonreírles y acompañarlas con un Padrenuestro, y algunas veces unirse a ellas en la caminata.

Como veo ahora con mis ojos buenos a pesar de los años, las vi esa mañana; mamá dejó la hornilla y corrió a abrir la puerta como todas las mañanas a las 7; se quitó el mandil y lo arrojó a un banquillo a la pasada.

Me tomó de la mano, y casi jalándome me sacó y nos unimos a ese grupo de personas rumbo a la iglesia; oí sus pasos; las suelas de sus zapatos contra las piedras; escuché el murmullo de sus rezos; incluso el rebozo de una de ellas, con el vientecillo me tocó la cara.

Fue como si al entrar en la atmósfera que circundaba a aquel grupo, me hubiera hecho parte de él, con toda la capacidad de sentir, ver, y escuchar.

Nadie en ese grupo caminando se ocupaba de ver a los otros; sólo yo azorado, sorprendido veía en todas direcciones.

Recuerdo a gente del pueblo caminando por las banquetas a ambos lados de la calle sin reparar en nuestra presencia o la de aquellas ‘’almas’’.

Ese día entendí, y le creí a mamá a pesar de mi corta edad; ese día vi lo que mamá veía; pero jamás, hasta el día de hoy, he hablado de lo que pasó ese día.  A mis 86 años ya no importa si alguien me cree o no; quizá es tiempo de soltar recuerdos para cruzar más liviano el camino de lo empedrado…. la frontera entre los de aquí y los del más allá.