Por Califernia


Les compartiré este relato que me contó un fervoroso devoto del Santo (San Francisco Javier), como coloquialmente le llaman los testigos de las obras de salud y salvación que lo veneran.
Hace unos varios años, dos compañeros de pesca en Puerto San Carlos naufragaron en las frías aguas del Pacífico una fría noche de noviembre; se habían hecho a la mar a pesar de la advertencia de marejada que habrían anunciado las ‘autoridades en la materia’, confiados en su buena embarcación, salieron a ‘hacer marea’’.


Después de varias horas de buena pesca, y ya oscura la noche, la panga que tripulaban volcó en las oscuras y frías aguas del Pacífico, a no ser por que lograron venturosamente hacerse del gran remo y el corcho de una vieja hielera se habrían hundido irremediablemente.


Cabe hacer mención y énfasis en que estos dos buenos amigos profesaban distinta religión, siendo uno católico y el otro testigo de Jehová, y a menudo sostenían acaloradas prédicas para convencer al otro del error de no llevar la religión del uno.


Llenos de miedo y desesperados, el amigo testigo de Jehová recriminó al católico su fe en los ‘’santos’’, dónde estaba ahora San Javier, pues seguramente morirían en aquella inmensa oscuridad, a merced de los tiburones y otros monstruos marinos.


El amigo católico le pidió se uniera a él en una sincera súplica a San Javier por su rescate, y le prometía con toda seguridad que volverían a estar con sus familias en tierra firme; además, de prometer hacer una caminata juntos hasta su Misión en la sierra de La Giganta.


Rendido de miedo y entre lágrimas el testigo de Jehová hizo la promesa, y pocos minutos después, la luz de un gran barco pesquero comenzó a hacerse cada vez más cerca logrando su rescate.


El día 2 de diciembre de ese mismo año, se les vio juntos cruzar a pie la sierra por caminos llenos de piedra para agradecerle al ‘santo’.


Y usted, no necesita un milagro?