“El tesoro de los perdidos”
Por Cecilia 8a
Esta historia se conoce poco, es de esas que corren lentas al paso de los tiempos, y también es de esas en que, aunque las coincidencias son muchas, de cuenta en cuenta se difuminan los detalles; aun así, yo la quiero contar, a riesgo de juicios por detalles distintos.
Como si se tratara de un triángulo maldito, en una zona del Valle de Santo Domingo, entre el rancho “El Edén”, y el de don F. Vega, hay una brecha de terracería hacia la playa de San Vicente, en los esteros del Pacífico, conocida como la brecha de ‘’los pedidos’’.
Y fue precisamente en la triangulación de esa zona donde discurrió esta triste historia, la de los perdidos.
En aquellos años, quizá fines del 1800 y principios de 1900, barcos que surcaban aguas del Pacífico “compraban” lo que coloquialmente se conoce como arcilla, una planta parásito tipo estropajo que cuelga de las matas de Palo Adán y otros matorrales, misma que utilizaban al parecer para sacar extractos de pintura; los locales lo sacaban, y lo secaban; luego venían gentes que lo transportaban a las embarcaciones y les realizaban el pago; sencillo.
La moneda que utilizaban para pagarles era oro y plata, y cuentan que, en una de esas temporadas de compra y paga, al circular tres hombres con mulas cargadas con el dinero para el pago y sus víveres, al desconocer la zona y caminar por largas horas bajo el inclemente sol y sufrir la consecuente sed, decidieron dejar la carga en un determinado lugar, para continuar la búsqueda de agua o de un consabido campamento por la zona de Villa Ignacio Zaragoza, sin embargo al no ser oriundos de estos lares, se vieron perdidos. La llegada de los “pagadores” y su preciada carga no sucedió; corrió la voz y como se diera la búsqueda, los sedientos caminantes fueron encontrados ya sin vida, y de la carga jamás se volvió a saber; se llevaron el secreto a la eternidad.
Cabe decir que muchos han sido los aventureros que se han echado a buscar en esos médanos que parecen interminables, pues a no ser por la ubicación del sol, al amanecer y al ocaso, es fácil perder la orientación.
Tampoco ha faltado quien asegure que en un campo de ganado ha visto a los tres caminantes que ya caen de sed, y al acercarse para auxiliarlos desaparecen como un espejismo; otros más han contado que en las noches de nubes borrascosas se observan extensas luminosidades en la lejanía; pero son los más osados que con tecnología en mano (detectores), luego de una jornada de rastreo regresan fatigados y con la sensación de haber buscado una aguja en un pajar.
La brecha de “Los Perdidos” parte del rancho “El Edén” hacia la playa de San Vicente, pasando por rancho San Julián por si algún lector quiere echarle una buscada al tesoro de los perdidos, aunque no podemos asegurar que lo que encuentre sea el mismo destino de los pagadores de arcilla.