“Sobando al diablo”
Por Cecilia 8a
Esta experiencia me la contó Amelia Gómez, una masajista y terapista certificada oriunda de Nayarit.
“Nací y crecí en un hogar cristiano, y aunque no soy muy asidua a la iglesia o a la asamblea, siempre guardo ese respeto por Dios y trato de ser buena persona”.
“Entre las personas que nos dedicamos a este oficio, al menos de manera profesional, (sonríe), corre un rumor de que a veces las energías que manejan algunas personas terminan afectándonos de una manera u otra a quienes ejercemos el masaje, lo que a mi de manera personal me impulsó siempre a que cuando yo pusiera mis manos sobre el cuerpo de la persona a tratar, orar en silencio por ella o él, según sea el caso”.
“Se me hizo una costumbre siempre hacerlo así, pidiendo a Dios por los problemas físicos o emocionales de aquella persona, y ofreciéndole mi trabajo para que fuera de bendición y nunca me viera afectada por malas vibras”.
“Así que, pues un día que me llegó una persona para recibir un masaje, era un hombre como de unos 60 y tantos años, extranjero, y aunque la mayoría saludan o sonríen, o incluso agradecen por anticipado el servicio que van a recibir, esta persona sólo me dirigió una mala mirada, como evadiendo y al mismo tiempo amenazando, como si no confiara en mi atención; no sé, no sé cómo explicar lo que sentí cuando aquel hombre entró en el spa”.
“Y pues como todos, se acomodó y yo empecé a ejercer el estricto masaje rolfing que él pidió, que es un masaje intenso, es decir a profundidad. Como siempre, en mi mente me encomendé a Dios y empecé a orar por aquella persona; le pedí a Dios que entrara en ella y renovara su corazón, que hiciera florecer sus sentimientos y le librara de cualquier dolencia que estuviera sintiendo”.
“Al principio creí que lo había lastimado porque creí escuchar un gemido, aunque algo fuerte, pero luego me di cuenta que no era un gemido, porque el hombre empezó a gruñir como un animal maniatado, se retorcía en la cama de masajes y la cara se le descompuso, como si se le abriera la boca de más; la verdad no supe qué hacer porque estaba ante un situación nueva para mí”.
Le pregunté qué le pasaba, pero era como si él ya no tuviera voz, solo gruñía y me miraba amenazante; el miedo me invadió y lo único que acaté fue a pedirle a Dios a voz en cuello su ayuda; recuerdo que dije –“Dios mío no me desampares, e inmediatamente el hombre bajó de la cama y salió dando traspiés como si le faltara el aire”.
“Yo estaba segura que aquel sería mi último día en el hotel donde prestaba mis servicios, pero increíblemente nada sucedió; creo firmemente que en verdad Dios me protegió”.
“Al platicar mi experiencia a las compañeras masajistas, a todas les sorprendió, sólo Julieta me miró y me dijo muy segura, que acababa yo de darle masaje a un demonio, o a un poseído, por eso reaccionó así porque yo estaba rezando, y seguramente mis manos le quemaron la piel”.
“Sería el sereno, esa experiencia lejos de apartarme de mi manera de dar los masajes sólo me animó a nunca darlos sin la protección de Dios”.