‘’La maldición del sapo’’

Por Cecilia 8a

“Un día, el Creador tomó en sus preciosísimas manos un poco de barro, lo amasó suavemente, y como si le diera un dulce beso le inspiró vida, y luego lo lanzó al aire; al copo de barro le salieron alas y como una blanca paloma surcó los cielos. El demonio al ver aquello, sintió rabia de tan bella creación y le replicó, yo también puedo hacerlo, así que tomó un copo de barro en sus ennegrecidas manos, lo estrujó, lo acercó a su maloliente boca y luego lo lanzó, formándose un feo y bizcoso sapo’’. 

Nunca había escuchado este cuento, ni siquiera sé si es un cuento popular, pero a mi me lo contó mi tía Licho Zamora, oriunda del Palmar de los Camberos en Jalisco; una mujercita dulce entrada en años, llena de vivencias, y aunque sé que muchos defienden al sapo como un ser más de la naturaleza, la triste experiencia que ella vivió fue mera culpa de un sapo.

Cuando ella era una niña, jugando con sus hermanos en el patio, saltó de pronto un enorme sapo, (digo enorme porque la variedad que ahí hay es grande, hasta casi 30 centímetros de largo y bultoso con verrugas en el lomo), al piecito de su hermanito de 4 años causándole tal espanto que en dos días, por más remedios y doctores no salvó la vida, quedando aquel resquemor hacia los sapos en su familia y comunidad.

Otra versión que así corrió por aquellos lares, fue la de un sacristán en El Chavarín, quien sin temor alguno hacía enojar a un sapo cuchileándolo con un palo, haciéndolo inflar casi a reventar; ante esto, el Sr. Cura Gómez, párroco de aquella comunidad, le dio gran amonestación para que dejara de hacerlo. Cuentan que le dijo delante de los que presenciaban aquello, que se previniera porque los sapos solían cobrar venganza.  

La versión que corre dice que el sacristán, lleno de temor se acostó a dormir tapado con cobijas y cueros de res para evitar que, de ser cierta la sentencia del señor cura Gómez el sapo le hiciera daño; el sacristán no despertó, dicen que cuando quitaron los cueros tenía marcas de ahorcamiento, y un enorme sapo muerto yacía en el suelo con las manitas destrozadas.

Yo creo sobre el último caso que la muerte del sapo no fue inútil porque al menos ganó respeto e impidió que la gente los molestara; sobre el primer y muy desafortunado caso, que sí fue real, quizá el veneno que emana la piel del sapo traspasó al torrente sanguíneo del pequeño y le cortó la vida; o tal vez su débil corazón no resistió el susto que recibió. Lo cierto es que la fama con que pasa la vida el sapo no es muy agradable.   

En estas historias no hubo un Sherlok Holmes que investigara los hechos, y el sapo, de cualquier tamaño y de cualquier lugar, tendrá que vivir con la repulsión humana a cuestas, salvo contadas excepciones de afecto.