“La locura y el loco llegan a ser personajes importantes, en su ambigüedad: amenaza y cosa ridícula, vertiginosa sinrazón del mundo y ridiculez menuda de los hombres.” (Michel Foucault)

Condenarro

Aquí de nuevo mi es_timada(o) lectora(or), tratando de filosurfear, en esta ocasión, un tanto incierto en qué tipo de tabla utilizar; según un chapuzón que me aventé en internet, en un sitio especializado, creo, encontré 13 tipos y dos más, que no son para surfear, pero sí para capotear olas o bien, deslizarse sobre el retorno de la ola o, la resaca, éstas últimas skynboard y el boogie… el caso, es que la ambigüedad resulta más que una ambivalencia, lo mismo que ser ambivalente no necesariamente es ser ambiguo… la cotidianeidad está repleta de acciones en ambos sentidos.

Revisemos la definición de los dos conceptos, similares, si acaso, pero lejos de poder usarse como sinónimos, aun cuando seguido lo vemos, será el contexto en el que se encuentre uno con ellos o acaso ellos lo encuentran a uno en diferentes contextos o ni una ni la otra sino todo lo contrario… no sé, estoy confundido.

Ambigüedad: Cualidad de ambiguo: «por la ambigüedad de sus gestos no supe si quería que entrara o me fuera»; Comportamiento, hecho, palabra o expresión que puede entenderse o interpretarse de diversas maneras: «el pronombre sujeto, en general solamente se usa en castellano para evitar las ambigüedades».

Ambivalencia: Posibilidad de que algo tenga dos valores distintos o pueda entenderse o interpretarse de dos maneras distintas: «las verdaderas dificultades están en la comprensión del original, en mantener la ambigüedad, la ambivalencia del texto»; Estado de ánimo en el que coexisten dos emociones o sentimientos opuestos: “es tan feo que fascina”.

Por ejemplo, desde mi entendimiento, el concepto ya casi patentado de “desarrollo sustentable” me resulta no sólo ambiguo y ambivalente, es incluso un oxímoron, una aporía, una paradoja, contradicción; es opinión personal y surge del origen y “definición reconocida” ante organismos gubernamentales y no gubernamentales alrededor del orbe, y me refiero a: “el desarrollo sostenible como la satisfacción de «las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”. (Informe titulado «Nuestro futuro común» de 1987). Este exabrupto en referencia a un concepto que por sí mismo es grandilocuente ambigüedad y ambivalencia. Veamos, el desarrollo sustentable se basa, según entiendo, en la optimización de los recursos naturales, respetando al máximo posible el entorno; el desarrollo antrópico se basa en no sólo satisfacer sus “necesidades”, sino crear nuevas necesidades y explotar los recursos naturales que no urgimos, quiero decir, el desarrollo urbano, por citar uno, se basa en destruir naturaleza para construir ciudades altamente perniciosas para el planeta bajo el estigma de “progreso”, “vivir mejor”, “calidad de vida” y un largo etcétera.

Un ejemplo clarísimo de la ambigüedad y la ambivalencia en ejercicio es el “desarrollo sustentable” de Los Cabos; me refiero a Los Cabos porque aquí vivo, pero de forma similar en muschingo de otros lugares. El progreso que resulta el tal desarrollo sustentable lo sustenta el trabajo de la sociedad, cada sector en su área; cada chango a su mecate. Los trabajadores de la industria turística, los emprendedores, los comerciantes sustentan el progreso que los desarrollos de “grandes inversionistas” “arriesgan”; inversiones megamultimillonarias, cuyas cifras son más que estratosféricas y solo existen en documentos… arriesgan el dinero de los créditos, y explotan la mano de obra de sus complejos turísticos y “fauna de acompañamiento”. Es ambiguo el desarrollo sustentable, es ambivalente. ¿Sustentable para quién?, ¿Quién sustenta qué y a quién? Les digo, estoy confundido.

Uno de los líderes políticos ingleses más relevantes del S.XX dijo, o al menos eso he leído, que “El político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene; y de explicar después por qué fue que no ocurrió lo que el predijo”. Usted me refutará si esta cita, de Winston Churchill, no está poco más que cargada de ambigüedad y ambivalencia; curiosamente, es una realidad que pese a los grandes cambios generacionales que vivimos, no pierde un ápice de realidad contemporánea.

No es de sorprender que la verborrea que nos cargamos, tanto en el ámbito comercial, compra-venta de lo que sea, como en política, que en realidad tienen tantos lugares comunes que no se ve claramente la diferencia, en los resultados, claro; recargue sus argumentos en una exposición ambigua en la mayoría de los casos y ambivalente cuando es preciso por existir intereses encontrados. Las noticias que recibimos y percibimos de forma personal y exponenciamos a nivel social conforme compartimos opiniones (meros juicios de valor ambiguos y ambivalente).

Nuestra realidad como ser viviente pensante, racional, individuos sociales, “constructores de nuestro futuro”, que pese al hecho irrefutable que a lo largo de la evolución social que hemos tenido desde el origen de la sociedad hasta nuestros días se busca la forma de establecer valores morales y sociales que, no obstante la diversidad de creencias e ideologías convergen en sus principios de honestidad y respeto, en la práctica seguimos sustentando nuestro bienestar social en la ambigüedad y la ambivalencia. Lo cual, siento, podría explicarme el por qué cuando todos tienen la culpa nadie es culpable.

El empresario norteamericano de principios del S.XX Robert LeFébrè, un teórico del autarquismo, una versión pacifista del anarcocapitalismo, sintetiza el motivo de mi confusión sobre la realidad social con el siguiente aforismo: “Si los hombres son buenos, no se necesita al gobierno; si los hombres son malos y ambivalentes, no te atrevas a tener un Gobierno”.

La verdadera verdad del texto de hoy, es que resulta interesante el concepto, quiero suponer y los vivimos cotidianamente sin poner atención en ello y por lo mismo, en no pocas ocasiones terminamos con algún tipo de frustración como con el constante y ya hecho “traidición” C’Questro; con las artimañas disfrazadas de buenas intenciones del “PolvoBomito” o del que, en grupo, se va a las villas se queda con las sillas en tanto estén cada tres y/o seis años apoyando de una u otra forma a todos y cada uno de los candidatos que, mediante ambigüedades y ambivalencias quieren lograr el favor de un “fervoro$o” voto… algo así como de las empresas público-privadas que se han puesto de moda.

Así la cuestión mi es_timada(o) lectora(or), paso a retirarme y reiterarme, sobre una tabla periódica de los elementos que nos componen y descomponen como entes ambiguos, con objetivos ambivalentes y me confirman como un simple y pobre loco peligroso irreverente, irrelevante, irremediable pero irresistible y real prófugo de la injusticia que resulta el no comprender la diferencia entre lo justo y lo correcto y tomar la ola con variable e incontrolable actitud de valor…es

“En política, la sensatez consiste en no responder a las preguntas. La habilidad en no dejar que las hagan”. (Adré Suarès)