‘’La Greñudita’’

Por Cecilia 8a

Dulces 6 años, días de oro como su dorado cabello; la recuerdo saliendo al sol toda despeinadita, arrugando los ojitos, buscándome en el patio sólo para regalarme su primera sonrisa del día.

Todos en casa sabíamos quien era la greñudita, tan sabionda a sus escasos años, elocuente y graciosa; amiga del perro y del gato; confidente de los pajarillos en nuestro jardín; la dueña de mis horas de asueto.

Se bebía la vida a grandes sorbos, era intensa como la luz del sol que todo lo consume; le gustaba el viento despeinándola, la lluvia, el mar, y correr tras las «nada« riendo como una loquita.

Un día de verano, lleno de cantos de pájaros, de algarabía familiar, de planes, de cosas por hacer, mi tesoro pidió una tina para refrescarse; jugó, cantó, nos lanzó agua en la cara al pasar, y después de alguna hora y media, se quedó sentadita, en silencio, dormida.

El médico legista dijo que simplemente su corazón se detuvo. Yo pensé que Dios se había arrepentido de darme aquel ángel inmerecido; o quizá lo necesitaba para enviarlo a alegrar otra familia, pensé muchas cosas la verdad, pero como decía mi abuelo, la llamó Tata Dios, y con Tata nadie puede.

El dolor nos hizo presa, recogí cada prenda o cosa que le perteneciera y lo llevé al cobertizo al fondo del patio donde no las viera más. Sin embargo, cada tarde, antes de anochecer me sentaba por fuera a llorar su ausencia.

Una noche temprana, mi mujer y mis otros hijos fueron a decirme que entrara a descansar de una vez, y fue cuando estuvimos todos ahí que sucedió aquello tan inexplicable.

Una lucecita, pequeña, como entre azul y blanca, salió del cobertizo y voló lentamente sobre todos nosotros, desprendiendo brevísimas gotas de agua que nos caían aliviando el calor de aquella noche.

Todo era silencio, sólo el asombro de mi familia viviendo aquello.

Creí que viviría con ese dolor eternamente, que nada aliviaría mi corazón tras su ausencia, pero no fue así, ella volvió para darnos ese bálsamo que no sólo humedeció nuestro rostro, sino que refrescó nuestro corazón; hasta me parecía oir su risa como cuando corría.

Después de eso vivimos una paz indescriptible; nuestra familia cercana se sorprendía de vernos luchar por sobrevivir a aquella pena.

Ya han pasado muchos años, y creo y entiendo que los hijos son prestados, no nos pertenecen, ni nosotros le pertenecemos a nadie, sólo a Dios; él da la vida, y él la toma, y cuando tomó la vida de la greñudita, también le permitió despedirse de esa manera, para que yo pudiera sobrevivir a su ausencia.